Casa de Sá, Tiago do Vale Arquitectos

Aveiro conserva en su trama urbana muchos de los más emblemáticos testimonios del Arte Nouveau en Portugal, un legado patrimonial que constituye hoy una de las expresiones más nítidas de la identidad de la ciudad.
El Arte Nouveau, en el momento de su aparición, fue objeto de una crítica encendida: se le consideraba excesivo, carente de utilidad funcional, costoso y alejado de las exigencias de la modernidad emergente. Fue rápidamente superado por el Art Déco, por el pragmatismo racional del Movimiento Moderno y sistemáticamente borrado (física y simbólicamente) sin vacilaciones. Solo en la segunda mitad del siglo XX el Arte Nouveau empezaría a ser revalorizado y recuperado: la celebración del pasado más remoto (y la desvalorización del presente y del pasado reciente) ha constituido un impulso recurrente en la historia de nuestra civilización, aunque no por ello menos equívoco.
Sin embargo, siempre ha sido así como se ha hecho ciudad: en capas, en superposiciones, en revisitas. Y es precisamente de esa estratificación de voces y épocas de donde nace la riqueza de la experiencia urbana. En ese sentido, Aveiro es paradigma de esa condición palimpséstica.
En la misma calle donde diseñó su propia residencia, el arquitecto Francisco Augusto Silva Rocha (figura central en la consolidación de este lenguaje en la ciudad) proyectó, a principios del siglo XX, un edificio discreto pero de innegable dignidad. Entre sus elementos más singulares destacan, en la planta baja, una ventana redonda enmarcada en piedra que marca el eje de la composición, y en la primera planta, vanos ornamentados con motivos florales que dirigen la mirada hacia un friso cerámico intercalado con triglifos de piedra que corona el conjunto. En el desván, sobresale una ventana bajo un pequeño tejado, rematada por un rostro femenino, que refuerza la narrativa discreta que constituye la expresión particular de este conjunto.
Tipológicamente, la fachada sigue un patrón recurrente en la ciudad: dos plantas, ritmadas por tres vanos, y coronadas por una ventana central en el desván.
Es en relación directa con este edificio que se ancla la Casa de Sá.

Implantada en una parcela vacía, la Casa de Sá retoma, volumétrica, material y compositivamente, el léxico de la casa de Silva Rocha, evocando los ritmos verticales y horizontales de la fachada, las alineaciones altimétricas, la geometría de la cubierta y la composición pentapartita del alzado.
Mantiene, asimismo, el esquema de dos plantas, tres vanos y una ventana central en el desván, con un patio superior en la parte trasera, una configuración recurrente en la calle y en varios puntos de la ciudad.
En un gesto contenido, el nuevo volumen se retrasa ligeramente respecto al alineamiento de la calle, como quien toma la palabra solo después de escuchar. Se establece así un diálogo atento, donde la presencia de lo nuevo prolonga el legado preexistente sin antagonizarlo.

El nicho técnico bajo un generoso óculo hace referencia a la peculiar ventana redonda que, en la casa de Silva Rocha, se sitúa sobre el buzón.

Citando deliberadamente la casa de Silva Rocha, la materialidad de la Casa de Sá establece paralelismos directos con ella: la piedra caliza define el basamento, mientras que los azulejos cerámicos revisten la planta baja, reflejando texturas y técnicas del edificio original. En las zonas superiores, la herrería y la madera reinterpretan, con mayor sutileza, soluciones constructivas anteriores, proponiendo una lectura contemporánea del vocabulario histórico.

Aunque profundamente anclada en el modelo que la precede, la Casa de Sá se afirma como una propuesta de su tiempo, buscando establecer correspondencias de diseño y escala con la casa preexistente a través de elecciones arraigadas en la contemporaneidad.
Simultáneamente, pertenece inequívocamente a Aveiro, evocando no solo, de forma directa, la construcción original, sino también, de forma más amplia, las fachadas de madera de los antiguos almacenes de sal de la ciudad y, sutilmente, los ritmos gráficos y el cromatismo primitivo de los
Palheiros de la Ría.

La Casa de Sá comprende dos viviendas distintas: un apartamento de alquiler en la planta baja, compacto, con un dormitorio, que se abre a un patio trasero a través de una amplia superficie acristalada; y la vivienda principal, que se desarrolla entre la primera planta y el desván.

En la residencia superior, una claraboya central atraviesa ambas plantas, resolviendo la profundidad de la parcela. Su eje se alinea con el vestíbulo, marcando el momento de llegada e iluminando ambas circulaciones verticales con una luz simultáneamente directa y difusa, casi escenográfica.

Los espacios sociales se orientan al sur, mirando hacia la calle, beneficiándose de la luz natural filtrada por un entablado de madera. La suite se retrasa, así, hacia la fachada posterior, más recogida y silenciosa.

En la planta superior, dos dormitorios ocupan ambas fachadas (uno aprovechando la ventana que corona la fachada principal, otro beneficiándose de un patio elevado en la parte trasera), con zonas técnicas, circulaciones y un espacio de estudio entre ellos.

En un territorio marcado por solares vacíos y por la presencia anónima de edificios de viviendas indiferenciados, construidos en el tránsito hacia el siglo XXI y salpicado aquí y allá por supervivencias de las décadas que rodean el cambio hacia 1900, la Casa de Sá se alza con afirmación, estableciendo un diálogo atento con el lugar y con su historia construida, reivindicando su derecho a la contemporaneidad y a su autonomía formal.
Más que un edificio, la Casa de Sá se propone como un ensayo sobre la continuidad y la pertenencia, dejando pistas para futuras intervenciones: un gesto en el que la memoria y el presente se tocan, y en el que la arquitectura se ofrece como herramienta de escucha -al pasado, al futuro, a la calle, a la ciudad, a la vida cotidiana y a sus circunstancias.